Mercadillo de Portobello Road
Me gusta el olor a mercadillo. Colores, especias, gitanos, algarabía y gangas. Flores y bragas surtidas por pocas monedas. Antiguos espejos, restos de mercancía y almendras garrapiñadas.
Son los mercadillos una explosión de alegría ahorrativa, de colorido alegre de rebajas. Me gusta perderme entre los puestos de mil olores distintos, donde se casan felices el olor a clavo y curry con los pañuelos de seda de precio asequible. Olor a bullicio de gentes diversas, desde París hasta Marbella, desde Portobello hasta Linares, regalan los mercadillos un perfume de magia bohemia, ambiente soñado de artistas y trotamundos. Huelen a vidas pasadas, a antigüedades de saldo.
Joyas por descubrir esperan a su nuevo dueño agazapadas sigilosamente entre el barullo mundano. Espejos de mano, un camafeo con fallo, tesoros de chamarilero, un baúl lleno de recuerdos. Los hay históricos y míticos y los hay anónimos y de pueblo llano, pero todos los mercadillos huelen a vida. Huelen a vidas cruzadas, a vidas de paseo, a vidas ávidas de amueblarse con trastos nuevos a buen precio. Los mercadillos de verano huelen intensamente.
Olor a sudor ajeno de buscadores infatigables. Olor de fugacidad, de puestos que aparecen y desaparecen como por arte de magia dejando tras de sí una estela de migajas multicolor. Me gusta el olor a mercadillo, huele a la compraventa de sueños al por menor en medio de la calle de la fantasía.
Son los mercadillos una explosión de alegría ahorrativa, de colorido alegre de rebajas. Me gusta perderme entre los puestos de mil olores distintos, donde se casan felices el olor a clavo y curry con los pañuelos de seda de precio asequible. Olor a bullicio de gentes diversas, desde París hasta Marbella, desde Portobello hasta Linares, regalan los mercadillos un perfume de magia bohemia, ambiente soñado de artistas y trotamundos. Huelen a vidas pasadas, a antigüedades de saldo.
Joyas por descubrir esperan a su nuevo dueño agazapadas sigilosamente entre el barullo mundano. Espejos de mano, un camafeo con fallo, tesoros de chamarilero, un baúl lleno de recuerdos. Los hay históricos y míticos y los hay anónimos y de pueblo llano, pero todos los mercadillos huelen a vida. Huelen a vidas cruzadas, a vidas de paseo, a vidas ávidas de amueblarse con trastos nuevos a buen precio. Los mercadillos de verano huelen intensamente.
Olor a sudor ajeno de buscadores infatigables. Olor de fugacidad, de puestos que aparecen y desaparecen como por arte de magia dejando tras de sí una estela de migajas multicolor. Me gusta el olor a mercadillo, huele a la compraventa de sueños al por menor en medio de la calle de la fantasía.